Es más fácil expresar los sentimientos y pensamientos en un folio que lanzarlos al aire.

Lo que aprendí de blanco

Me costo darme cuenta, pero en cuanto atravesé aquella sala llena de adornos blancos lo entendí. A lo largo de la vida forjamos lazos con diversas personas. Puede que estos lazos se rompan con el tiempo o puede que estos perduren por años. Después de dos meses sin hablar con ella, en ese momento, al verla allí, toda vestida de blanco con esos ojos azules que siempre me habían acompañado, terminé de entenderlo. Ella era mi puerto seguro, la persona a la que acudir en momentos de debilidad. No comprendía como había podido aguantar todas esas semanas enfrentadas.
Mientras yo estaba teniendo ese momento de verdad, la música comenzó a sonar. La gente alzó la vista y se puso de pie. Desde mi posición en la esquina de la habitación  pude alcanzar a ver como Lisa, con la vista fija al frente, avanzaba al compás de la música. A pesar de encontrarme yo sola en aquella zona sus ojos nunca se encontraron con los míos. La curva que el pasillo formaba en su camino hacía el altar la encaró hacía el otro extremo, lejos de mí. La gente comenzó a murmurar, hablaban del vestido, el peinado e incluso de sus andares, sin embargo yo estaba segura de que nadie se había percatado del rictus de dolor que adornaba su cara semioculta por el velo. Edu, vestido con el esmoquin que habíamos elegido juntos, la acompañaba. Él fue el único que alcanzó a verme. Sus ojos marrones, todo lo contrario a los de su hermana, me encontraron justo en el momento que pensaba en salir corriendo. A pesar de mis intentos de que no hiciera nada, su cabeza se inclinó hacía su hermana, indicándole en un susurro lo que acaba de ver. A quien acaba de ver. A mí. No fui lo suficiente rápida, la vi girar la cabeza en mi dirección, mirarme directamente. Verme. Mi corazón se paró, un latido errático que resonó en mi cabeza como las campanadas de las doce. Pum, pum.
No creo que hubiera habido nada que pudiera impedir lo que sucedió a continuación. Fue como si todo se hubiera detenido y las únicas capaces de reaccionar fuéramos nosotras. Mientras Lisa soltaba a su hermano y se lanzaba corriendo hacia donde me encontraba, yo intentaba no echar a correr hasta ella. Con la poca cordura que aun residía en mi cerebro vi como Edu se cruzaba de brazos y nos contemplaba sonriente. Pero eso lo procesaría más tarde, en ese momento lo único en lo que podía concentrarme eran los brazos de Lisa a mi alrededor. Su risa se me contagió con la misma facilidad de siempre, nuestros brazos apretándonos fuertemente. Sus suspiros, breves ráfagas de su aliento, me hacían cosquillas en mi oído. Nunca me había percatado de lo mucho que significaba para mí, y de lo mucho que significaba yo para ella. En ese momento todo quedo claro, nos necesitábamos mutuamente, había sido un gran error estar separadas. En seguida me sentí mal, este día era su momento, no era justo que yo le robará el protagonismo. Sin embargo, cuando le mencioné esto a ella, no le dio la más minima importancia. <Tú eres parte de esto, lo que no sería justo es que tuviera que pasar por ello sola.> Tenía razón. Este era su día, pero por ello también era mi día. Porque siempre estaríamos ahí la una para la otra, apoyándonos, acompañándonos.
Hoy, aquí parada, esperando que las primeras notas de música indiquen mi entrada, me siento agradecida. Agradecida por verla delante de mí, con una gran sonrisa en su rostro. Porque este era mi día, pero también el suyo. Mi camino al altar fue mucho más sencillo y sin interrupciones, pero igual de completo. Al final, frente mío, está el hombre de mi vida, Edu quien con paciencia se ha ganado mi corazón. Delante mío, Lisa, su hermana y mi mejor amiga. Y alrededor, de pie, contemplándonos están nuestros compañeros. El resto de lazos en nuestras vidas. Lo mejor que hemos recopilado durante los años. La amistad.

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