Es más fácil expresar los sentimientos y pensamientos en un folio que lanzarlos al aire.

4 Vidas 4 Problemas

Como me gusta escuchar vuestras opiniones hoy voy a subir una sinopsis de un libro que estoy escribiendo y que va por muy buen camino. Hasta estoy animándome a crearle su propia página donde subir regularmente los capítulos, pero eso es un proyecto aún. De momento decirme que os parece mi pequeña creación. 


¿Qué decir cuando todo en esta vida está dicho?
Alma tiene problemas con las drogas. Empezó como una tontería, igual que todos los grandes problemas, pero ahora las cosas se están volviendo serias. Ya no es pillar solo en las fiestas de fin de semana, ahora la adicción la está superando y no hay nadie cerca que le pueda echar una mano.
 Elisa tiene un trastorno alimenticio, cada vez que se lleva algo a la boca tiene que correr a un baño para expulsarlo.  Su vida ha girado alrededor de la moda, todas sus amigas han pasado por eso, vomitado sus comidas con tal de tener un cuerpo diez, y Elisa ahora está en ello también.
 Lucas está metido en contrabando de objetos robados. Empezó con las respuestas de exámenes de su instituto y ahora transporta cuadros valorados en millones o antiguas reliquias que han sido robadas.  Todo esto bajo la supervisión de su hermano mayor, quien ahora es su tutor.
Emily trabaja en un pub a altas horas de la noche para poder pagar la matrícula escolar de su hermano pequeño. Una noche las cosas se vuelven complicadas y acaba en la cama con un hombre que le paga. A partir de ahí descubre todo un nuevo mundo, donde su cuerpo es su pasaporte al dinero.
Estas cuatro vidas, tan diferentes, pero a la vez tan parecidas, acaban por entrecruzarse en un frenesí de alcohol, drogas, dinero y prostitución que podría terminar muy mal. Pero también podría significar la salvación de estos chicos.

¿Que tal? ¿Que os ha parecido? Espero opiniones por aquí pronto. Besos.

Buenos días/Malos días

Quiero dedicar esta entrada a mi compi de periodismo, quien además es la más reciente seguidora del blog, porque creo que es ese tipo de persona que cuando te la cruzas en la calle hace que tu día esté un poquito más soleado. Dedicado a ti, Teresa, la mujer del café (esto se entiende al leer el relato :D).

Las mañanas lluviosas no invitan a levantarse de la cama. En lugar de salir a la calle lo que te gustaría hacer es quedarte bien acurrucada envuelta de las sábanas que por la noche comparten tus sueños. Sin embrago, una siempre acaba haciendo lo correcto, se destapa y recorre la casa, helada por las bajas temperaturas de las mañanas. Desayuna una taza de caliente café, intentando, en vano, despejarse y estar bien despierta para poder vestirse con decencia. Una vez más, después de la rutina matutina, bajas en el ascensor, parándote, por supuesto, en todos los pisos posibles. Y lo mejor de todo es que al salir del portal empieza a llover. Si has sido previsora sacarás el paraguas del bolso, si no, te toca decidir que hacer. ¿Vuelves a subir y muy posiblemente pierdas el tren o te arriesgas y cruzas las calles intentando no mojarte mucho? Para tomar esta decisión miras tus ropas y acabas por decidirte a subir. No quieres que ese jersey tan mono que justo estrenas hoy se estropee. Una vez más entras en el ascensor, subes, coges el paraguas, bajas y esta vez sí, sales a la calle. Recorres las húmedas aceras poniendo cuidado en donde pisas y como. Los tacones de las botas hacen el recorrido más difícil, pero ahora no vas a volver a cambiarte. De vez en cuando miras tu reloj por miedo a que las manecillas aceleren y tu no llegues a tiempo de coger el tren. Miras la hora, han pasado diez minutos, el tren está a punto de salir. Aprietas bien el bolso y hechas a correr. La gente te mira cuando pasas a su lado, salpicando sin querer a muchos de ellos, con prisas por llegar. De lejos ves la estación y corres más rápido. Pasas el billete por la maquina y, aún plegando el paraguas mojado, subes al tren a la vez que sus puertas se cierran a tu espalda. Suspira de alivio por verte sana y salva en el interior del vagón. Hechas a andar buscando tu asiento de todos los días, ese que es solo tuyo y que forma parte de tu rutina. Pero cuando lo localizas ves que ya hay alguien ahí sentado. Las dos chicas no aparentan más de quince años y están vestidas fuera de lugar. Los minivestidos que llevan a penas les cubren algo y ambas se apoyan en la otra buscando calor. Tienen los ojos rojos, vete tu a saber de que. Y desprenden un desagradable olor a cigarrillo y alcohol. No, no es cigarrillo, sino algo mucho más dulce, peor. Molesta por no poder sentarte donde quieres te alejas de las dos chicas que ni siquiera se han percatado de tu presencia. ¿Se darán cuenta de cuando el tren pare en su parada?, te preguntas mientras te dejas caer en un asiento junto a la ventana, mucho menos cómodo y familiar que el tuyo. Sin pensarlo sacas el móvil, un smartphone de última generación, y empiezas a repasar la agenda. Al poco te aburres y visitas Twitter, que acabas dejando porque a penas hay cobertura. Rendida te recuestas en el asiento y estiras las piernas. Piensas en que mala idea a sido ponerte esos zapatos y en como el día ha empezado torcido. Suspiras y rezas para que mejore, pero claro, basta con que lo hagas para que suceda algo que solo empeore las cosas. De repente la bombillita de tu parada se apaga, al mismo tiempo que suena la voz de una señora por los altavoces anunciando que es imposible detenerse en tu parado por razones técnicas, de forma que te toca bajarte antes o después. Claramente, antes. No vas a recorrer metros que después tendrás que recuperar. De nuevo te pones de pie y bajas del tren. Ya no llueve, menos mal. Sales de la estación y preguntas por tu lugar de trabajo. Una chica joven te sonríe y comenta que está un poco lejos, pero con amabilidad te indica el camino. Tu sonríes y empiezas a andar. Subes por calles muy empinadas que además resbalan por estar mojadas. Juras bajo el poco aliento que te queda y media hora después llegas a la plaza donde está tu edificio. Confiada por la cercanía del mismo aumentas el ritmo y acabas en el suelo. Tu bolso y paraguas a dos metros de ti, tus rodillas dobladas, tu culo apoyado en el suelo mojado, tu mano en un charco. Que caída más tonta. Al menos no me he hecho daño, piensas a pesar del sordo dolorcito de tu parte de atrás. Intentas levantarte y presientes otra caída al ver como tus tacones se resbalan. Al final, aun a riesgo de caerte, te agachas y recoges el bolso y el paraguas. Empiezas a andar, mirando que no se te haya caído nada del bolso, y notas un chorro de agua cayendo sobre ti. Levantas la vista y ves que no es un cubo de agua que alguien te ha tirado sino que está lloviendo otra vez. Juras de nuevo, esta vez en voz alta y te apresuras a abrir el paraguas, el cual está atascado y no se abre hasta que estas bajo cubierto en el edificio. Cerrando el maldito trasto te diriges, dejando un reguero de agua, a tu despacho donde al abrir la puerta ves a tu jefe. Tenemos una reunión, dice y luego de mirarte bien añade, por favor arréglate un poquito. No tas como el agua de tus ropas empieza a evaporarse de la indignación que tienes. Claramente el día no podía ir peor. Dejas el bolso, el paraguas, la chaqueta. Te quitas los zapatos, los limpias. Vas al baño, te quitas el jersey mojado, lo pones bajo el secador, lo estiras poco a poco con los dedos para que no se encoja. Te lo pones. Te recoges el pelo húmedo en un moño, que bien mirado no te queda mal. Retocas tu maquillaje. Y te diriges a la reunión. Cuando entras todos te miran, has tardado más de lo que pensabas. Avergonzada por la mirada de tu jefe te sientas en tu silla, la cual chirría desagradablemente. La reunión pasa, te aburres, quieres que el día acabe ya. Tu jefe te ha llamado la atención por la tardanza, te ha encargado que acabes no sabes que papeles. La cabeza te duele, vas a llorar. Al final el reloj llega al número seis y tu sales disparada por la puerta.  

Ya no llueve, es lo primero que notas, el sol está casi escondido, pero aun puedes notar los restos de sus rayos. Decidida tiras el paraguas roto a la basura y recorres el camino a la estación. Casi en tu ella te cruzas con un hombre con un café en la mano. Por su aspecto deduces que acaba de salir de casa y va hacía el trabajo. Miras tu reloj, son las siete y media de la noche casi. Piensas como te alegras de entrar a trabajar por las mañanas, sin desajustes horarios. El hombre pasa por tu lado y sonríe. Y sin más, tu le sonríes a él. Mientras se aleja sientes una alegría inmensa, te sientes cargada de fuerzas, como si tu también acabaras de empezar el día. En silencio le agradeces a ese hombre que sin saberlo te ha iluminado el día que tan gris había empezado esa mañana. Cuando llegas al andén ves como unos hombres con mono retiran los restos de un árbol caído de las vías. Oyes el pitido del tren. Llega puntual, que bien, hoy estarás en casa antes de lo normal. Subes al vagón número tres, el de siempre, y te sientas en tu asiento de siempre. Huele bien, a colonia dulce y floral. Te gusta. Cansada te dejas reposar en el asiento, aún queda una hora hasta llegar a tu estación. Sacas los papeles que tienes que corregir. Los lees, los repasas, los corriges y los guardas. Miras el reloj y te sorprendes. Solo ha pasado una hora. El resto del trayecto lo pasas sin hacer nada, mirando por la ventana como los pájaros surcan el cielo de color añil y los campos pasan a toda velocidad. Hay una sensación de paz en el ambiente que se extiende por tu cuerpo. Es extraño y agradable a la vez. Llegas a la estación y bajas, estás a punto de caerte cuando unos brazos te agarran. El hombre que siempre ves en el tren, ese tan mono que hace suspirar a medio vagón te está sujetando la cintura para que no te caigas. Te sonrojas y das las gracias, algo avergonzada. Él sonríe y se presenta. Su nombre, Ettiene, te encanta. Tras un apretón de manos os alejáis. Te abrochas mejor tu abrigo y sales a las calles de tu barrio. Es casi de noche, la gente ya está recogiéndose en su casa, pero la sensación es agradable. Está por llegar la noche, una nueva etapa del día. Sin prisas esta vez, recorres el camino a casa. Te cruzas con varios vecinos y los saludas. Ves a una pareja de jóvenes cogidos de la mano, y poco después a una pareja de viejecitos. No sabes que estampa es más bonita. Cruzas el parque y hueles la hierva mojada. Mientras abres la puerta de tu casa oyes como el ascensor se mueve y se detiene en tu piso, de él sale una chica, con uniforme y ojeras. La miras sin saber bien porque hasta que pasa por tu lado, es una de las chicas del tren de esta mañana. Sin el vestido ceñido y el maquillaje negro parece aún más joven, sin embargo el olor dulzón de esta mañana aún le acompaña. La chica se para en la puerta de al lado intentando abrirla, pero al parecer sin fuerzas para ello. Te acercas y le ayudas. Ella te sonríe y te da las gracias. Te cuenta que está reventada y que anoche salió de fiesta. Te comenta que una de sus amigas se puso enferma por la mañana y tubo que acompañarla al hospital y que ahora que ya está bien, que el susto ha pasado, ha decidido no volver a hacer el bestia como anoche. Tu le escuchas paciente y acabas por apretarle el hombro en un gesto de cariño. Recuerdas que a su edad tu pensabas igual. Os despedís y entras en casa. Enciendes la luz, dejas el bolso en la mesa, te quitas el abrigo y los zapatos. Pones las llaves en la cerradura. Cuelgas el bolso, vacías sus bolsillos en busca del móvil. Te agachas y recoges una nota de papel, la desdoblas y la lees. Sonríes aún más. <Espero verte mañana. Podríamos sentarnos juntos en ese sitio que tan solo es tuyo. Etienne.> Debe haber dejado la nota cuando te ha ayudado a no caerte. Ese hombre ha estado observándote un tiempo, ¿cómo sino sabría lo de tu asiento? Estás muy feliz y acabas de desvestirte y cenar, aún con una sonrisa en la cara. Cuando te acuestas después de haber leído otra vez la nota piensas en como a cambiado el día. Te das cuenta de que las cosas buenas te han ocurrido a partir de ver a ese hombre, el del café. Le vuelves a agradecer en silencio por ello y cierras los ojos, mañana te espera otro nuevo día. 


En la plaza de los Vosgos

Paseas por la plaza y te maravillas del fantuoso espectáculo que su parque te ofrece, sin embrago el verdadero espectáculo está en sus portales. Allí, a la sombra de pisos tipicos parisinos, entre ellos la casa del famoso Victor Hugo, se esconden los verdaderos artistas. Al son de la armónica melodia de un arpa veo como un pintor retrata en su lienzo apoyado en el suelo lo que para él son los edificios que rodean la plaza. El silencio (metafóricamente hablando) que lo rodea me sorprende. ¿Cómo puede ser que nadie se detenga a ver esta obra de plena creatividad? Las delicadas pinceladas sobre la tela poseen una delicadeza única, propia de las cosas bellas. Quiero quedarme eternamente mirando, pero tengo que alejarme y seguir mi recorrido. Con tristeza deja atrás los portales que tan misteriosamente ocultan esa maravilla. Junto al pintor descansan dos lienzos más que esperan impacientes a que se les una su compañero inacabado.

No es una entrada normal

Hola, queridos lectores. No sé, exactamente, con que frecuencia visitáis mi blog, pero me gustaría disculparme por este lapsus de tiempo en el que no he estado muy presente. He intentado compaginar diversas cosas (estudios, moda, escribir...), pero siempre me inclino hacía un lado de la balanza. 


Me gustaría dejaros un link que enlaza con otro sitio web mio: http://rincondelpensamiento.megustaescribir.com/
Se trata de una especie de blog dentro de una comunidad de escritores. La verdad es que está muy bien. Tienes la posibilidad de comunicarte e intercambiar ideas con otra gente con tus mismos intereses. Por si alguno está interesado o interesada, le animo a que lo pruebe, es totalmente gratis a pesar de ser una red interna. Si queréis más información solo tenéis que dejarme un comentario con vuestra pregunta y ya está, o si lo preferís, podéis mandarme un correo a la dirección que figura en el blog. 


Bueno a lo que iba antes de todo este rollo que os acabo de soltar. He dedicado ese espacio a dos novelas que tengo en mente: 
- 4 Vidas 4 Problemas http://rincondelpensamiento.megustaescribir.com/4-vidas-4-problemas/
- The last travel http://rincondelpensamiento.megustaescribir.com/tu-flor-sobre-la-nieve/
La primera es una recopilación de problemas que algunos jóvenes padecen hoy en día, así que si no queréis leer verdades como casas, mejor no os paséis por el link.
Y la segunda es una comedia inspirada en un viaje a Londres que hice hace unos años. Es, desde lejos, mucho más amena que la primera. 


Os agradecería que os pasarais y me dejarais algún comentario, para ver como van las cosas y si tenéis sugerencias. Mucas gracias.


También quería compartir con vosotros el hecho de que gane el concurso para el cual escribí  Metamorfosis de locura. Gracias a aquellos que me votasteis. 

La plata nunca pasa de moda


Antes de nada, este es un relato que he colgado en la siguiente página: http://www.potterfics.com/historias/109011. Por si alguien lo lee que no piense que me lo han robado ni que yo lo he robado. Es un relato sobre Pansy y .... bueno leerlo y lo descubriréis. 


Diez años habían pasado desde aquella trágica noche en que Hogwarts ardió hasta lo cimientos. La verdad es que es mucho tiempo, piensa Pansy Parkinson, antigua alumna de la academia de magia. Con las manos sobre una taza de porcelana, la mujer mira por la ventana de su más que bien amueblado apartamento. La Guerra tubo muchas consecuencias, entre ellas, la pérdida monetaria que muchos sufrieron. Igual de abundantes fueron las pérdidas de vidas, y no solo por muertes, sino que muchos también perdieron algo más profundo. Con silencio dos lágrimas ruedan fuera de sus ojos y recorren sus blancas mejillas. 
Sus padres, fieles al Lord Oscuro, perecieron durante la batalla final. Y aunque no fueran los padres más cariñosos del mundo, habían sabido protegerla y quererla, y ella los quería a ellos. Luego estaba su mejor amigo, Blaise, quien tras un hechizo desmemorizador mal conjurado había acabado en el Hospital de San Mugo. Triste final para aquel que fuera el mayor juerguista de Hogwarts. ¡Lo echaba tanto de menos! A pesar de sus frecuentes visitas, y las muchas charlas unidireccionales que allí sucedían, el joven no presentaba ninguna mejoría. 
Nunca más que ahora, Pansy, se daba cuenta de que estaba sola. En sus años de estudiante se había esforzado mucho para que nadie se acercara a ella, no con planes de amistad, al menos. Ella sabía lo que se decía sobre su persona entre aquellos viejos muros, sin embargo eso nunca llegó a importarle mientras Blaise y Draco estuvieran con ella. Draco... Poco había sabio de él desde los juicios tras la Batalla. Sabía que su padre había sido encerrado y que su madre, Narcissa, había estado enferma para finalmente morir pocos meses después. Poco más había llegado a sus oídos. Y eso que había prestado atención. De Nott y los demás Slytherin sí que había oído cosas. El joven Theo se había trasladado a Francia, donde según la prensa estaba a punto de contraer matrimonio con una joven maga. Las hermanas Greengrass habían acabado trabajando en el Ministerio, como corresponsales del nuevo periódico. Sabía que la pequeña, Daphne, había tenido un hijo. Pero quien era el padre, seguía siendo un misterio para ella. 
También les había seguido la pista al grupo de Gryffindors con quienes tantas disputas habían mantenido y los cuales habían propiciado el final de la Guerra. Triste, era muy triste que hubiera acabado leyendo sobre ellos. Sabía que la chica, la hija de muggles, Granger, se había casado con el chico Weasly. Bonita pareja, esperada. Por otro lado el famoso Harry Potter había acabado casado con la hermanita de su mejor amigo, la chica Weasly, cuyo nombre no recordaba. En otro tiempo hubiera vomitado con solo pensar en aquellas parejas, pero ahora, sola en su bonito apartamento de Londres, no podía evitar envidiarlas. Con una sonrisa irónica se levantó de su pequeño rincón junto a la ventana con intención de salir a la calle. Llevaba demasiado tiempo pensando, necesitaba aire limpio. 
Mientras la nueva ala de psiquiatría se alzaba frente a ella, Pansy pensó en dar la vuelta. Era tarde, lo más seguro era que Blaise estuviera dormido. No obstante necesitaba verle, saber que aún le quedaba algo en su vida, aunque ese algo fuera una pequeña parte de su amigo. 
Los pasillos, blancos y desiertos se asemejaban a los de una de esas películas muggles tan estúpidas que se suponía eran de miedo y que la televisión mágica tanto se empeñaban en mostrar. De miedo era lo que ella y los demás habían vivido hace años. Eso era miedo y no las patéticas persecuciones de esas películas. Aún temblando ante la funesta naturaleza de sus pensamientos, la chica recorrió el lugar en absoluto silencio. Ni siquiera era capaz de distinguir el sonido de sus zapatos. Parecía haber metido la cabeza en el interior de un pensadero, parecía aislada, como una sombra. Un nuevo estremecimiento se extendió por su cuerpo al pensar en sombras. Cualquier cosa relacionada con la oscuridad la aterrorizaba, pues aun esperaba ver aparecer a un mortio con sed de venganza. 
-¡Ya vale! - Su propia voz le sonó desconocida, hacía días que no hablaba. Pero el grito le había servido para calmar sus pensamientos. Aún con el corazón latiendo a un ritmo desenfrenada acelero el paso. Cuanto antes llegara junto a Blaise, antes se podría tranquilizar del todo. Sin embargo cuando abrió la puerta de la habitación de su amigo no encontró la estampa que esperaba. 
Al principio la poca luz del lugar la dejó descolocada, acostumbrada a las brillantes luces fosforescentes del pasillo, pero en cuanto sus ojos se acostumbraron contemplo con horror como una figura oscura se encontraba junto a la cama de su amigo.
La velocidad con que empuñó la varita le habría supuesto un agradable triunfo de no ser por la situación en la que lo hizo. Hechizo en mente se dispuso a verbalizarlo cuando una voz interrumpió su concentración.
-Tanto tiempo, Pansy. ¿Así es como saludas a los amigos?
La varita, antes firmemente agarrada, cayó al suelo a la vez que la chica retrocedía asombrada. El hombre, pues ya no podía llamar chico a la persona que tenía frente a sí, era alto, con una elegante y arrogante postura de los hombros que mostraba su seguridad en si mismo. Tenía el pelo de un color indefinido entre dorado y blanco, con un brillo especial. Pero fueron sus ojos lo más impresión le dieron a Pansy. Esos ojos color mercurio que nunca habían abandonado sus sueños. 
-¿Cohibida, Pansy? Nunca te mostraste tan... bueno, las cosas han cambiado, ¿verdad?- 
A penas hubo pronunciado esas palabras una de las manos de la chica se estampó en su rostro.
-¡Maldito! Todo este tiempo... ¡¿Dónde has estado?! - Mientras pronunciaba las palabras, las manos de la joven intentaban golpear al rubio con fuerza.- Estaba sola, asustada. ¡Imbécil!
-Pansy, cálmate. Tranquila, déjame explicar... ¡PANSY!- Aunque los sollozos no le dejaban entender nada de lo que él le decía, cuando el rubio gritó, la chica fue al fin consciente de lo que hacía. Exaltada se apartó de él unos pasos, dejando un pequeño espacio entre ellos. Lo que no estaba dispuesta a admitir nunca, es que en aquel momento, cuando él le había gritado, había llegado a recordar como se preocupaba por ella. Al menos una vez lo había hecho. Una sola vez, pero esta había quedado grabada en la memoria de la bruja para siempre. 
- Lo siento.- Con una mano intentó retirar las lágrimas que permanecían sobre su cara.- Es solo que... ha sido demasiado tiempo.- Intentando sonreír levantó el rostro hacía el chico- Te he echado de menos, Draco.
La sonrisa en el rostro del hombre en que se había convertido Draco Malfoy fue a penas existente, solo lo suficiente para que la chica, que tanto lo conocía, pudiera verla. Sin embargo, el enfado y miedo que la joven bruja había pasado aun le recomían el alma, por lo que cuando Draco se acercó a ella de nuevo, se retiró hacía la cama con un movimiento fluido que la hacía perfecta merecedora del título de Slytherin. Con delicadeza retiró los mechones de pelo que cubrían la frente de Blaise. Se podía notar lo nerviosa que estaba por como le temblaban las manos. Pansy, avergonzada de este dato tan revelador, las escondió dentro de sus bolsillos.
- ¿Has hablado con él? - A pesar de estar segura de que el rubio llevaba mucho tiempo en la habitación, decidió preguntar para asegurarse.- ¿O te ha dicho algo?
Antes de contestar el chico se acercó a la cama, justo al lado de ella, quien se tensó en respuesta. 
- No. Cuando he llegado estaba así. 
Ella asintió con la cabeza, de pronto las lágrimas volvían a amenazar en sus ojos. Intentó con el juego de respiraciones que siempre la calmaban, pero era improbable que ahora funcionase. No mientras estuviera tan agotada. Para intentar liberarse del nudo en su cuello soltó un sonoro suspiro que atrajo la atención de Draco. 
Era la primera vez desde que la bruja había entrado en la habitación que la miraba con detenimiento. Estaba alta, quizá unas pulgadas más que la última vez. Su pelo, negro como piedra onix, ya no era corto. La lisa melena con flequillo recto había desaparecido, dejando en su lugar una larga cabellera con rizos. Nunca había visto a su amiga de esa forma, tan natural. Pansy siempre se había preocupado por la imagen que daba, al menos la física. Pero eran sus ojos, unos pozos negros, los que más habían cambiado. La chica, en sus tiempos en Hogwarts, había sido, bueno, había sido una chica con reputación. Una reputación que era cierta, pero nunca, por muchos comentarios y maltratos que sufriera, había demostrado el dolor que ahora se podía ver en sus ojos. Draco podía decir que había madurado, todos lo habían hecho tras la Guerra. A pesar de eso, él quería creer que seguían siendo los mismos, en el fondo. Pero la chica que tenía al lado, esa que miraba con tristeza y sabiduría al amigo caído, no era la Slytherin que antaño conociera. Y no fue hasta que lo vio en otra persona que se dio cuenta de que él tampoco lo era. Nadie lo era. Otra cosa que la guerra se había cobrado. 
Pansy notaba como los ojos del Príncipe de Slytherin recorrían su cara. Sabía que Draco la estaba analizando, buscando algo en ella. Estuvo tentada de levantar la vista y mirarlo a los ojos, con el fin de ver lo que él pensaba de en lo que e había convertido. Pero consiguió resistir el impulso. No quería su pena, ni su compasión. No las merecía, ninguno de los dos las merecían. Pues no era más que su culpa la forma en que habían acabado participando de la Batalla. ¿Tan difícil habría sido decir que no? Pansy sabía que de seguro habría muerto de negarse, pero ¿no habría sido eso mejor? No. No podía dejar que Él la dominase, no después de muerto. Y sin embargo el solo pensamiento de ese ser podía doblegarla con facilidad. 
Asustada de nuevo por sus pensamientos, la bruja se retiró de al lado de la cama, para dirigirse a la ventana. Últimamente lo único que la hacía sentir mejor era mirar a través de un cristal, como si esa fina pantalla de vidrio pudiera protegerla.
- No se va a poner mejor. ¿Lo sabes, no?- La voz de Draco era suave, sin embargo sus palabras quemaron en el interior de la joven. Los pequeños cortes que había llevado en su corazón durante tanto tiempo parecieron temblar. Como si quisieran abrirse. 
- No puedo aceptarlo. Él es todo lo que me queda, Draco. - Las lágrimas, cálidas, picaban en sus ojos.- No puedo abandonar la esperanza. 
- Hablas como Potter.- Se podía adivinar una burla bajo el tono cauto del mago.- Él de seguro diría algo así. 
La ira inundó tan rápido la mente de la bruja, como un vendaval, que por un momento se sintió mareada. 
- ¿Y qué si habló así?¿Qué hay de malo en esas palabras? - Su voz también era suave, pero Draco, experto en los cambios de humor de aquellos que lo rodeaban, percibió con claridad el enfado de ella.- 
- No he dicho nada, solo quería romper con la atmósfera.
- A ti nunca te ha importado nada, ¿verdad?- El golpe bajo que venía con esas palabras pudo con la compostura del mago, quien llenó de ira se acercó a la ventana. Con una mano agarro a la chica por el brazo, mientras que con la otra la apuntaba con su varita. 
- No me hables así, Parkinson.- El apellido de ella le quemó en la lengua como ácido al pronunciarlo, sin embargo el dolor en los ojos de Pansy le produjo una sensación de dulce control.- No tienes idea del infierno que es mi vida.
- ¿Y de quien es la culpa?- La pregunta dejó al joven helado, no fue el tono acusador, ni las lágrimas en los ojos de ella, fue la forma en que, resignada, le soltó la pregunta. Como si no hubiera otra forma de que fueran las cosas.- Tu solo consigues alejar a los demás. 
El portazo resonó en todo el edificio, de eso estaba segura la bruja. Con rapidez, depositó un suave beso en la frente de su amigo, quien a penas se movió. Tras una breve promesa de regresar a verle, salió corriendo de la habitación. Tenía que encontrarlo, no podía volver a quedarse sola. Y es que en ese pequeño momento en que Draco había vacilado cuando ella lo había acusado, la chica había visto como de solo estaba él también. Y ella no podía soportarlo más. No podía con la soledad. Puede que los slytherins nunca mostraran sus sentimientos, pero eso no significaba que no los tenían. Eso ella lo sabía muy bien. 
 Cuando llegó a la puerta del hospital se detuvo, frente a ella se extendía la más oscura noche. Por un momento consideró retroceder, no podría hacer frente a más recuerdos. Sin embargo, dejando atrás su temor, empujó las puertas de cristal. Había oído que algunos muggles rezaban o pedían a un ser superior cuando tenían miedo. Ella no conocía a nadie a quién rezar o pedir, sin embargo lanzó un silencioso deseo de que Draco no se hubiese desaparecido. 
En el aparcamiento solo habían dos coches, uno negro que se confundía con la oscuridad y otro de color rojo. No tuvo dudas sobre a cual dirigirse. Y no se equivocó. Apoyado en el capó estaba el rubio, con las manos enterradas en su brillante cabellera. Tenía un brillo desquiciado en sus ojos que le dijo a la joven que no se acercara. 
- Draco... Yo lo siento.- La respiración del joven era agitada, como si hubiera estado jugando sobre una escoba.- No debí decir lo que dije. Estaba asustada. 
- Lo sé.- Inspirando profundamente el mago se estiró, retirándose de la cara unos mechones de pelo rubio.- Pero tenías razón. No debí alejarme y desaparecer. 
Las palabras del chico habían servido para soltar el grifo de lágrimas de la joven, quien pensó que últimamente lloraba mucho. Acercándose a él, estiró una de sus manos, con la palma arriba. Cuando eran pequeños aquella había sido la manera de perdonarse, ya que ninguno había sido capaz de dejar atrás su orgullo. Nunca pronunciaron las palabras, simplemente se ofrecían la mano. Draco dudo al ver el gesto de Pansy, quien por un segundo pensó en retirar la mano y salir corriendo, pero él fue más rápido y de un tirón la atrajo hacía su cuerpo. 
- Te he echado tanto de menos, Pansy. Demasiado.- La joven nunca la admitiría después, pero pudo notar como su amigo sollozaba a la vez que la abrazaba con fuerza.- No quiero hacerte daño.
Pansy sonrió con tristeza. El daño estaba hecho desde hacía tiempo, desde que había decidido seguir a aquel ángel caído del cielo. La chica no podía decir cuando había caído en el embrujo de la mirada de Draco Malfoy, pero estaba segura de que nunca podría librarse de él. 
- El daño no siempre es desagradable. Al final todo el mundo se acostumbra a él. 
Los ojos grises de Draco brillaron ante aquellas palabras, un recuerdo de una conversación de cuando se estaban entrenando para ser mortífagos. Pansy había caído tras una serie de imperdonables lanzados como castigo, y él se había acercado a ella y susurrado en su oído: El daño no siempre es malo, si eso te permite sentirte viva, acéptalo. Al final todos nos acostumbramos a él. 
Cuando Draco la alzó en vilo para besarla, Pansy no se resistió. Sabía que de momento no podía clamar al cielo lo que sentía, pero tenía la esperanza de que con el tiempo todo cambiara. Por eso respondió cuando los labios de él aprisionaron los suyos. No era el primer beso que compartían, no era el más apasionado, no tenían claro que hacían, pero no les importaba. Se necesitaban, como siempre lo habían hecho. Al separarse el chico miró con detenimiento a su compañera.
- No deberías dejarme hacer eso. Eres irresistible.- Ella sonrió ante sus palabras, sintiéndose querida y acogida, solo como un slytherin podía hacerla sentir, solo como él podía hacerle sentir. 
- ¿Sabes una cosa, Draco?- Los ojos curiosos de él la miraron esperando que continuara. Ella sonrió ante las palabras que estaba a punto de decir, más o menos correctas no importaba, pues eran reales.- La plata nunca pasa de moda. 
Él la acerca más y la vuelve a besar, y ella más feliz de lo que puede recordar le corresponde. Pues lo que ha dicho es cierto, para ella él, con sus increíbles ojos de plata, nunca pasará de moda. 

Metamorfosis de locura

Este es un relato que presente a un concurso hace unas semanas. Espero que os guste.


Hubo una vez en que el amor de los demás me hacía más fuerte. Me encantaba pasear por los pasillos de la universidad sabiendo que la gente se giraba a mirarme y a admirarme. Notaba sus miradas, como recorrían mi cuerpo. La gente me amaba. Así era yo. Todo el mundo quería tenerme como amiga, compañera, lo que fuera. Las chicas morían por ser mis amigas y los hombres babeaban por salir conmigo. No importaba donde fuera, todos, y cuando digo todos no es una exageración, todos querían ser parte de mi vida. Me sentía viva, poderosa. Podía hacer cualquier cosa que me propusiera, nadie me diría nada. Yo sabía que estaba jugando un juego peligroso, jugando con el mundo, pero ¿qué podía hacer? Yo era así, y nada podría hacerme cambiar de vida. Nada, excepto él.

Se llamaba Eric. Un bonito nombre ¿no? Llegó a la universidad el mismo fin de semana que celebrábamos el día de los deportes. Lo sé, suena tonto. Y la verdad es que lo es. No sé si aún se seguirá festejando de la misma manera, pero en aquel entonces todo giraba alrededor de los deportistas. Eran los héroes. Había una especie de feria, algo grande con un puesto de besos incluido. Como todos los años yo estaba en la lista de empleadas para ese puesto. Y la cola era bastante larga. Chicos y chicas, de todo vamos. Patrick, el cabeza del equipo de fútbol, estaba conmigo en el turno. Se podría decir que él y yo éramos pareja, más como amigos con derecho que otra cosa, pero para el mundo era oficial que estábamos juntos. Sin embargo eso no evitaba que los demás intentaran ligarnos. Pues bien, ahí estábamos ambos, sentados en nuestros taburetes cuando los siguientes en el turno llegaron. Eran dos chicas, ambas bastante monas. Una de ellas iba conmigo a mi clase de historia del periodismo, aunque no me acordé en ese momento su nombre era Julia. Y la otra, algo bajita a pesar de los tacones que llevaba, no la conocía.
Cuando se pararon enfrente nuestro Patrick se inclinó sobre su taburete para hablarme:

-Me parece que una de ellas es para ti. Ánimo hermosa, disfrutaré de las vistas.

Puede que en aquel momento me hiciera gracia, pero con el tiempo vería que nada de esto era para reírse. Me hice la sorda a los gritos de ánimo del resto de jugadores cuando me incliné para besar a la chica que había cerrado los ojos, cosa que yo no hice. Mientras la besaba, mis ojos vagaron sobre el mar de personas más allá del carrusel. Ese fue mi mayor error. Porque en ese momento fue cuando lo alcancé a ver. Estaba de pie, a un par de casetas de la nuestra, mirando hacía mí. Desde lejos pude ver como sus labios se doblaban en una sonrisa. Una sonrisa que sin ninguna duda era para mí. Una sonrisa que a pesar de estar acostumbrada a recibir, me dejó sin aliento. Motivo por el cual no detuve el beso cuando terminó el tiempo pactado. Cosa que obviamente la chica no notó tampoco, al menos hasta que Julia le apretó la muñeca. Tan rápido como aparte mis ojos para mirar a Julia y agradecerle, él había desaparecido. Completamente.


No volví a verle hasta que se presentó en la clase de arte contemporáneo. Era una clase bastante light, puesto que el señor Mendaz nos permitía hacer lo que quisiéramos siempre que tuviéramos los trabajos al final del semestre. Justo ese día Bianca y yo estábamos sentadas en uno de los sofás del aula hablando sobre lo que nos pondríamos para la fiesta de disfraces que su novio organizaba en su casa. Yo aún no sabía que disfraz elegir, tenía que ser algo grande, espectacular. Pero sobretodo la gente tenía que poder reconocerme con él. Por su parte Bianca estaba decidida a ir como Cleopatra, un personaje por el que sentía devoción.

-          Ya te has disfrazado como ella por lo menos tres veces.
-          Puede, pero siempre han sido disfraces diferentes. Nunca el mismo.
-          Bien, haz lo que quieras.

Bianca era una buena amiga, quizás la única que había llegado a tener nunca. Ella era mona, no una belleza, pero mona. Tenía el pelo rubio muy rizado, enrollado en graciosos tirabuzones, y los ojos de un tono miel brillante. Era más bien bajita, pero solía llevar tacones por lo que no podrías decirlo. En conjunto tenía un buen cuerpo. Pero sin escándalos. La escuché mientras ella me relataba como sería esta vez su traje de faraona. Aunque mi cabeza estaba más hacía allá que en vestidos.

- Quiero unas sandalias doradas, de esas que atas hasta la rodilla, aunque no sé si las habrá de tacón. Necesito el tacón ¿sabes? No todas tenemos la misma altura que tú…

Ahí fue cuando mi cabeza dejó atrás todos mis pensamientos y mis oídos dejaron de registrar lo que mi amiga me decía. Él estaba en la puerta. Parado. Mirándome. Había cien personas en la sala, pero él solo me miraba a mí. Esta vez pude ver que sus ojos eran de color negro, completamente. No marrón oscuro. Negro, como la noche más cerrada. Como el alquitrán. Podía decir que el sonreía, sin embargo mis ojos no se apartaban de los suyos. Debía haberlo sabido en ese momento, estaba perdida, pero no obstante no tenía el suficiente control de mi cabeza como para decirlo.

-          Emily, ¿me estás escuchando? ¡Emily¡

La voz de Bianca sonó bastante fuerte como para que mi desconocido la oyera.
E-M-I-L-Y. Mi nombre, aun sin emitir ningún sonido, quedaba fantástico cuando sus labios lo pronunciaron. Quería saber su nombre y decirlo en respuesta. Quería conocer a ese chico cuyos ojos me dejaban fuera de combate. Lo quería para mí. Solo mío.

Las clases de ese día pasaron rápidas. En algunas estábamos juntos. Justo fue en una de ellas cuando lo oí hablar por primera vez. Tenía una voz profunda, grave. Una voz que enviaba escalofríos por mi espalda cuando sonaba. Si mi nombre en sus labios sin sonido había sido tan poderoso, no podía si quiera empezar a imaginar lo que ocurriría cuando me llamará en voz alta. Tampoco tuve que esperar mucho para descubrirlo.
Tres semanas después de que él llegará, yo ya me conocía toda su historia. Era hijo único, de padres separados, uno abogado y otro médico. Había vivido un tiempo en Nevada, Londres y Tokio, por lo que también sabía varios idiomas. Era buen deportista, pero su pasión era la pintura. Toda clase de pintura. Desde graffiti hasta acuarela. Siempre llevaba las uñas manchadas de pintura, y la camiseta arrugada. Había rumores de que tenía una novia en el pueblo donde antes había vivido, pero yo sabía que estas relaciones acababan pronto. Y sino ya me encargaría yo de ello. No había entrado en la universidad por falta de puntos y dinero, pero había conseguido milagrosamente una beca artística. Cosa que le obligaba a trabajar en la tienda de arte para poder pagar el alquiler de la habitación. Desde hacía tres semanas que esa tienda se había convertido en mi obsesión. Todos los días paseaba frente a ella intentando decidir si entrar. Quería tener una conversación con él, pero siempre me daba la vuelta y me alejaba.
Sin embargo ese día había escuchado como una de las alumnas de primero comentaba algo de invitarle a la fiesta de disfraces. Eso era algo que no iba a permitir. Si alguien le iba a invitar a esa fiesta sin duda alguna sería yo.
Así fue como me encontré frente al mostrador de pinturas y óleos esa tarde. Frente mío no había nadie. La tienda estaba desierta, y es que era horario de clases. De hecho yo tenía historia en ese momento, pero como muchas otras veces había hecho ya, me la estaba saltando, asegurándome que nadie me molestara cuando le viera. Podía decir que había alguien en la trastienda, desde donde venían una serie de ruidos metálicos. Y no podía ser nadie más que él, puesto que a esa hora era el único en el local.
Ajustándome bien los vaqueros y la camisa que llevaba ese día, me colé detrás del mostrador. Antes de llegar al almacén había un estrecho pasillo que desembocaba en unas escaleras. Sin embargo no había luz en el siguiente piso. Eso era raro ya que los sonidos venían de allí. Me pregunté si debía esperar, pero las ganas de verle fueron mayores. Una vez arriba entendí porque la luz estaba apagada. Había montado un cuarto negro para revelar fotografías, pero también tenía las paredes llenas de pintura fosforescente. Era extraño. Artístico, pero estrafalario. Una de las figuras del mural era una mujer con el pelo largo rosa y un vestido verde que parecía estar bailando. Me llamó la atención la forma en que la cabeza estaba echada hacía atrás mientras reía.

-          ¿Te gustan mis dibujos?

Su voz me sobresaltó. Envió a mi corazón a dar botes alrededor de mi pecho. Tan tranquilo como siempre, Eric estaba apoyado contra una de las paredes, sobre un grupo de gente en colores llamativos.

-          ¿Tú los dibujas?
-          Si. Las paredes son tan bueno lienzo como cualquier otro.
-          Pero no las puedes mover.
-          No quiero moverlas.

Me sentía un poco tonta hablando de paredes que se movían. Estaba a punto de explicar mi presencia ahí arriba cuando él volvió a hablar.

-          Me interesa mucho el comportamiento de la gente, ¿sabes? Los dibujo para inmortalizarlos, para ver como cambian.
-          No todo el mundo cambia.
-          Oh, créeme. Todos lo hacen. Más o menos. Nadie es igual a como lo era ayer o como será mañana. Tú no lo eres.

¿No lo era? ¿Cómo podía saberlo? ¿Me había estado mirando, estaría yo en alguno de esos dibujos?

-          Mira este de aquí. Es uno de los jugadores amigo de tu novio.
-          Yo no tengo novio.

La ceja levantada de su rostro mostraba que no se lo había creído. Pero yo había sido sincera, no tenía novio. Patrick se había disgustado cuando le dije que no volvería a acostarme con él, pero no armo ningún escándalo. Simplemente me había dicho:

-          Parece que la reina de hielo al final no es tan fría como parece.

Y justo en ese momento no me sentía para nada fría. Tenía demasiado calor. Un calor que nunca había sentido. Me pregunté si esto era lo que  la gente llama nervios. Bianca era muy nerviosa, siempre que había que hacer un trabajo sus manos sudaban y le dolía el estomago. ¿Eso era lo que me ocurría? ¿Estaba nerviosa? En caso de que así fuera era la primera vez que me pasaba. Nunca en mí vida había estado nerviosa, siquiera frente a un chico. Pero aquel no era un chico más, él era especial, único. Y por lo que había oído no era la única que lo había notado. Tras este último pensamiento decidí lanzarme, cuanto antes mejor.

-          Este fin de semana va a haber una fiesta.
-          Eso he oído.

No me estaba mirando, pero su sonrisa demostraba que me atendía, al menos un poco. Sus ojos, por lo contrarío estaban perdidos en el infinito.

-          Es en casa del novio de mi amiga, Lucas. Puede que lo conozcas, entrena a fútbol.
-          Sé quien es. De entre todos parece el más normal. No muy idiota.
-          Ya. Es un buen tío. Por eso Bianca está con él.
-          ¿Bianca? ¿Tu amiga?
-          Sí, tienes la clase de arte con ella.
-          Y contigo.

Y conmigo, obviamente. Aun recordaba el primer día, fue intenso, al igual que el resto de ellos. Siempre miradas, sonrisas. Todo a distancia, pero eso tenía que cambiar.

-          Será el sábado por la noche. ¿Te apuntas?
-          ¿Me estás invitando?
-          ¿Tú que crees?

Tenía una sonrisa felina en mi cara. Era como un juego de cartas, tienes que mostrar pero con precaución, sin confiar. Al menos hasta estar seguro de la reacción y movimiento de tu contrincante. Esperaba una contestación, afirmativa o negativa, sin embargo Eric cambió de tema.

-          ¿No quieres saber si te he dibujado?
-          ¿Lo has hecho?
-          Ahí.

Mire donde él había señalado. Era un hueco de la pared lleno de colorido, morado, rosa, amarillo, verde, azul, magenta, blanco… Todos ellos perfectamente armónicos.

-          ¿Quién soy yo?
-          Adivínalo.

Lo intenté. Había muchos dibujos por todas las paredes, algunos los descarte a primera vista, sobretodo las siluetas masculinas. Las chicas, la mayoría con el pelo suelto podrían ser yo. Nunca, en todos los años que llevaba en la universidad había llevado mi pelo recogido, así que las coletas y moños estaban descartados también. Entonces recordé la silueta rosa y verde que había llamado mi atención al principio. Estaba riendo, con la cabeza un poco echada hacía atrás, y estaba caminando, no bailando como me había parecido al principio. La forma en que arqueaba el cuello era familiar, demasiado.

-          Esa. Esa de ahí soy yo.
-          Bravo. A la primera. Se nota que te conoces bien.

El sonido de su risa era como música en aquel cuarto en penumbra. Me sentía infantil, inexperta. Era como un pollito recién salido del cascarón, me movía a tientas.

-          No me has contestado.

La rapidez con que giro la cabeza para mirarme me dejó pasmada. Pero no tanto como sus oscuros ojos. Con una sola mirada, sin a penas un pestañeo por medio, me miró de arriba a abajo. Los hombros desnudos por la camiseta de tirantes, el borde del pantalón donde había un trozo de piel sin cubrir, las piernas, las sandalias nuevas que Bianca y yo habíamos decidido compartir. Todo. No se dejó ni un hueco. Por supuesto fue cuando me miró a la cara cuando fui más consciente de lo que hacía. Me estaba probando. Desafiando. Mirando a ver si era capaz de aguantar su examen.
Cuadré mis hombros y levanté mi cabeza, mi rostro dejó caer la máscara que siempre llevaba. Ahí, delante de Eric, rodeada de sus increíbles pinturas, fue la primera vez que dejé que la verdadera Emily saliera a la luz. Dulce pero fuerte. Tímida pero decidida. Pero sobre todo, indefensa. Por primera vez en mucho tiempo mi corazón se encontraba indefenso en mi mano, no guardado en un cofre bajo llave.
Noté cuando él decidió, cuando finalmente se dio cuenta de que esta era yo, mi verdadero yo. Con una sonrisa se acercó a mí, despacio, como si yo fuera un animal salvaje y él tuviera miedo de asustarme. Cuando finalmente estuvo ante mí mis neuronas ya hacía rato que habían dejado de funcionar. Nuestros cuerpos se tocaban por todas partes, las rodillas, las caderas, nuestros pechos. Solo nuestros rostros estaban separados. Estuvimos mucho tiempo sin movernos, como dos estatuas, hasta que finalmente Eric se inclinó y borró el espacio que separaba nuestras bocas. En esos segundos en que tardó en besarme comprendí que él sería mi perdición, el ancla que me ataría de nuevo al mundo real del que tanto tiempo llevaba huyendo.


La semana pasó realmente rápido, el tiempo volaba cuando estaba con él. Aprendimos a conocernos, a amarnos. Si teníamos un segundo libre lo aprovechábamos. Las clases en que no estábamos juntos eran eternas, mis ojos constantemente miraban el reloj esperando que llegase el momento de volver a verle. La clase del señor Mendaz se convirtió en nuestro espacio santo. Mis pinturas se convirtieron en representaciones con grandes ojos negros. Desde mi atril veía como mi cuerpo se convertía en la base de sus obras. Nos amábamos, y la noticia no tardó en expandirse por todo el campus. La gente me señalaba al pasar, no como antes, seguía habiendo envidia y admiración, pero ahora sobre todo había comprensión. Estaba enamorada, como cualquier persona normal. Bianco y Lucas solían acompañarnos por las noches, a la hora de la cena, cosa que nunca había ocurrido cuando “salía” con Patrick. Sin embargo, Eric era para mí diferente al resto del mundo, quería que todos supieran que era mío. Yo era su dueña, la única que jamás podría tenerle.

El fin de semana llegó lleno de malos pronósticos, las noticias alertaron de un posible huracán o tornado o algo parecido para por la tarde. Todo el mundo estaba desquiciado. Sobretodo las chicas, esa noche debía ser inolvidable, todas ellas tenían sus precioso vestidos preparados, ninguna quería que la fiesta se suspendiera.

-          Lucas está harto. Todo el mundo está viniendo a preguntarle si la fiesta sigue en pie. Hasta ha tenido que publicar un anuncio en Twitter.
-          ¿La va a suspender?
-          Emily, no me escuchas. Llevo media hora diciéndote que mi novio está harto de repetir que sí hay fiesta.
-          Lo sé.

Estábamos en la habitación de Bianca, supuestamente preparándonos para la fiesta, aunque quedarán horas hasta que esta empezara. Bianca me había estado contando algo, pero mi cabeza estaba llena de otros pensamientos, como que Eric no me había llamado en toda la mañana y que nadie le había visto desde ayer. Además mi cabeza me dolía, llevaba unos días un poco enferma, pinchazos en la cabeza y vómitos. Al principio pensé que podría estar embarazada, aunque era improbable, tanto Eric como yo tomábamos precauciones. Una vez comprobé que no era ese caso, me desentendí. Un dolor más de cabeza y unos pocos vómitos no iban a impedirme disfrutar de mi felicidad. Así que ahí estaba, en la habitación de mi amiga, oyéndola hablar y pensando en otras cosas.

-          Emily, ¿estás bien?
-          Perfectamente.
-          Estás muy callada, ¿ha pasado algo? Con Eric quiero decir.

La miré. Estaba de pie frente a mí, con su conjunto de ropa interior rosa, llevaba el pelo suelto, desordenado alrededor del rostro. Estaba preocupada por mí, podía verlo en sus ojos. De repente todo el malestar que llevaba acumulado dentro de mí explotó. Mis ojos comenzaron a picar y poco después no podía ver nada, notaba como las lagrimas me caían y mancaban mi cara de maquillaje. Oí como Bianco soltó la percha con ropa que sostenía y se inclinaba para abrazarme.

-          Emily, no llores. Tranquila. Puedes decírmelo.

Intentaba hacerlo, quería hacerlo. Contarle como de preocupada estaba, como mi corazón dolía, quería sacar todo de mí. Noté como las arcadas volvían, me levanté corriendo hacía el baño. A partir de ese momento mi día fue borroso. Sé que me desmayé varias veces, podía oír como entraba gente en la habitación. Había una mano pequeña que me apretaba la mía, sabía que era Bianca, con sus uñas en forma de ovalo. Intente llamarle, decirle que me escuchara. Pero nada salía de mi boca.
Más tarde, cuando la lluvia azotaba por la ventana y no había casi luz en la habitación, logré incorporarme. Lucas estaba en una esquina con Bianca, se podía decir que discutían. Las manos de ella, se movían sin parar, brillando cada vez que la luz le alumbraba, seguramente llevaba purpurina dorada. Lucas por su parte sostenía un teléfono y lo apretaba con fuerza.

-          Tienes que decírselo.
-          No podemos, no ahora. Déjala dormir.
-          Merece saberlo.

Por la manera en que Bianca se interponía entre la cama y su novio, estaba claro que a quien no había que contarle algo era a mí. Con las pocas fuerzas que me quedaban, logré levantarme y avanzar hasta ellos. Lucas me vio en seguida, pero Bianca, de espaldas hacía mí saltó al oírme hablar.

-          Quiero saberlo.

Las lágrimas en los ojos de mi amiga cuando se giró a mirarme me pusieron alerta, conocía esa mirada. Pena. Lastima. Era la misma mirada que había estado intentando evitar todo el tiempo. La misma mirada que me juré no volver a ver. La mirada que me había dado la gente cuando mis padres tuvieron aquel accidente, la misma que le forense me había dado cuando tuve que identificar sus cuerpos a falta de otros parientes. Una mirada que destruye y trae dolor.

-          Emily, yo…
-          No. No, no, no, no. ¡No!

El dolor de mi cabeza iba aumentando, las lágrimas corrían más libres que nunca por mi cara. Sabía lo que me iba a decir, yo ya lo sabía. Y no quería oírlo, no quería sentir su lastima. Vi en los ojos de Bianca que ella no quería hacerme daño, pero también vi su determinación. Como ahora ya no había vuelta atrás. Sin embargo fue Lucas quien rompió definitivamente mi mundo.

-          Ems, ha habido un accidente. Eric iba en el coche que fue arrollado al río. No se ha podido hacer nada.
-          ¡Emily!

No sabía por que Bianca gritaba. Para mí todo estaba bien. Negro. Solo negro. No sentía nada. No quería sentir nada. Sabía que debía haber algo que me preocupara, algo importante, pero en ese momento nada tenía sentido para mí. Definitivamente me había perdido.

Cuando volví a despertar todo estaba en calma, la tormenta había amainado y en la habitación no había nadie más que yo. Giré en la cama para volverme a dormir cuando vi la nota. Era un post-it rosa. <He ido a cenar. Volveré en un momento. Bianca>
Bianca, siempre tan ordenada. Bianca, una gran amiga, mi mejor amiga. Siempre había estado ahí, desde el principio ella me vio como la persona real que era, no la bruja fría y superficial que aparentaba ser. Bianca, quien siempre me decía la verdad. La verdad. Un torrente de imágenes se me vino encima, mi amiga hablándome de una fiesta, ella sujetándome el pelo mientras yo vomitaba, sujetándome la mano mientras dormía, abrazándome, consolándome… discutiendo con su novio por mí. Protegiéndome de la verdad. La verdad. Algo en el fondo de mi cabeza empujaba para salir. Algo malo. Mis pies tocaron el suelo helado cuando me levante, tenía que recordar. Algo había pasado. Recorrí la habitación buscando mi bolsa, continuamente tropezando con cosas. Cosas que apartaba a mi paso. Estaba destrozando la habitación, lo sabía, pero necesitaba encontrar mi teléfono. Lo necesitaba a él. Eric. De repente el recuerdo vino, claro como una mañana sin nubes. El accidente, el río, todo. Eric ya no estaba. No lo volvería a ver. Estaba sola. Como al principio. No, como al principio no. Esto era diferente. Había vuelto a amar. Había caído otra vez en ese juego. Pero no lo volvería a hacer. Esta había sido mi última vez con el amor.
Corrí hacía la puerta para correr el pestillo. Nadie me iba a interrumpir, no esta vez. Me pregunté como lo haría, quería que doliera, quería sentirlo. Como una revelación el cutter de Bianca brilló en el escritorio. Lo cogí. Estaba frío, como hielo. Por un momento mi cabeza voló lejos de esa habitación, me sentí flotar. Después estaba sentada en el suelo, las rodillas medio dobladas, los pies envueltos en la ropa que alguien me había quitado. El cutter seguía en mi mano, duro, firme. Esperando mi decisión. No volvería a amar, a sentir. Este sería mi último acto de voluntad. Con un rápido movimiento deslice la cuchilla sobre mi muñeca. No dolió, no dolió nada. Antes de poder detenerme hice lo mismo con mi otra mano. Rápido, certero. La sangre tardó poco en salir. Un río de color rojo, como pintura. Como la pintura con la que Eric rellenaba mis labios al dibujarme. Poco a poco noté como mi mente se nublaba, podía decir que me estaba durmiendo. Tranquila y sola en el silencio.

-          ¿Ems? ¡¿Emily!? ¡Abre la puerta!

La voz me llamaba, a penas la reconocía. Era una chica. Me llamaba.

-          ¡Emily, por favor!
-          ¿Qué ocurre?
-          ¡No me abre! ¡No puedo abrir la puerta!
-          Déjame a mí.

¿Por qué se molestaban? Solo estaba dormida. Ya les abriría la puerta después.

-          ¡No! ¡Emily! ¡Lucas, la ambulancia!
-          Ya voy. Toma, una toalla.

No. No, no, no, no. Dejarme en paz. Quiero irme, no quiero estar aquí. Notaba como me rodeaban las muñecas con algo, como hacían presión. Escuché la voz de alguien pidiendo ayuda, una sirena, luego alguien me levanto en brazos. Mi cabeza daba vueltas, antes de salir de la habitación ya había perdido la conciencia.

-          ¿Cómo está?
-          Estable. Los médicos dicen que se repondrá. ¿Por qué la dejé sola? Yo lo sabía, sabía que no estaba bien.
-          No es tu culpa. Ahora todo a terminado, estaremos bien.

Las voces. Voces reales. Voces conocidas. Mis amigos.

-          Es tu culpa.

Mi voz salió como un gruñido, no creo que me hayan entendido, pero me da igual. Inmediatamente Bianca me abrazó, susurrando cosas  en mi oído. La presión de su cuerpo me aprisionó las heridas. Dolor. Ahí estaba. Viejo amigo de batalla. Lágrimas cálidas recorrieron mi rostro, pero no eran mías. Bianca. Pobre e inocente Bianca. Ella creyó que me había salvado, pero no. El amor siempre va a estar conmigo, el amor que es dolor, que te hace sangrar más que un corte. Lucas estaba equivocado, no se había acabado, a penas había empezado el verdadero dolor.