Es más fácil expresar los sentimientos y pensamientos en un folio que lanzarlos al aire.

Pensando en una plaza

Un día más. Una hora más. Un lugar más. Un chico más.
Todo es relativo en la vida.

22:35 p.m.
Cinco minutos desde la hora pactada y ella no estaba allí. ¿No pensaba venir? ¿Le habría surgido algo y por eso llegaba tarde? La situación le ponía nervioso, nunca se había visto inmerso en semejante situación, y encima ella no había venido. Seguro tenía una explicación, no podía ser que ella lo dejara tirado de esa manera, sin ninguna llamada o mensaje. Revisó de nuevo el correo, pero no había ningún mensaje nuevo. ¿Se habría olvidado? No, imposible. Ella no era así. Ya llegaría. No había ninguna duda.

23:15 p.m.
Después de cinco meses hablando por e-mails, aconsejándose, confesando todo tipo de cosas, ahora ella no era capaz de acudir a esa cita. No se lo podía creer. En el último correo había dicho que deseaba que llegara esa tarde. No lo entendía. Comprendía que no quisiera acudir, el mismo había dudado, pero no costaba nada hacer una llamada, mandar un mensaje. Solo había que pulsar un par de teclas. Las justas. Los lirios que había comprado se estaban muriendo entre sus manos, mustios y apagados, tal y como el se sentía. De una sacudida los dejó caer en el escalón bajo sus pies. Iba a hacer una hora que la estaba esperando.

23:54 p.m.
Sólo un minuto más. Sólo uno. Pero ese simple minuto se convertía en dos, y luego en tres, y cuatro... No, enserio, esta vez sólo sería un minuto. Revisando por última vez el correo notó un nuevo correo. Si pudiera ser su corazón habría abandonado su pecho para levitar. Un mensaje, seguro sería de ella. Con dedos temblorosos presionó la tecla para abrir el correo. La desilusión le cayo como una losa de piedra, fuerte y dolorosa. Era su amigo preguntando por la esperada cita, esa que estaba rompiendo su corazón. Con lágrimas de frustración en sus ojos se levantó para abandonar aquellos escalones. La pérdida de aquello que nunca había tenido le dolía más que nada. Sus pasos, firmes pero cansados, resonaban en la plaza. Casi sin notar nada a su alrededor, descendió la escalinata.


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