Es más fácil expresar los sentimientos y pensamientos en un folio que lanzarlos al aire.

DESPERTAR

Tienes cuarenta años, una vida establecida, llena de rutinas y gente con la que hablar. Una vida que siempre te está recordando quien eres para los demás, pero parece que siempre se olvida de decirte quien eres para ti mismo. Un día te despiertas y miras a tu alrededor, tienes una buena casa, un sitio que te ha costado lo tuyo conseguirlo. La decoración sin embargo no te ha costado nada. No hay. Están las paredes blancas, con dos o tres librerías todas ellas vacías y con polvo. La cocina no tiene platos ni vasos en los armarios, y la mesa del comedor está tan solitaria en medio de la nada que te entran ganas de llorar. Sales corriendo hasta tu armario, tal vez esperas encontrar algo indicativo, que te diga algo, pero lo único que ves son trajes de un tejido grisáceo, sin personalidad. Los remueves, los tiras por la habitación, pero no encuentras nada más. No hay nada más. No pierdes más el tiempo y sales corriendo a la calle. Bajas en un ascensor vacío, como el resto de la casa. Al final, cuando las puertas se abren, te encuentras en una gran avenida, los coches, negros o grises, pasan rozando a los peatones. Estos últimos te rodean, forman una muralla que por un momento te hace sentir protegido. Sólo un momento, luego lo empiezas a asimilar. Todos ellos tienen otras cosas en que pensar, se pasean por las calles vestidos con sus trajes grises, sin percatarse de lo que sucede a su alrededor. Tú huyes, intentas dejar ese mundo atrás, y en tu desespero regresas a aquel parque de la infancia. Verde, con columpios de metal y el tiovivo de madera. Miras a tu alrededor, pero no hay nadie. Con sigilo y aún receloso, te subes al pequeño caballito blanco que te gustaba de niño. Sin que nadie lo toque el mecanismo comienza a funcionar, el parque gira a tu alrededor y poco a poco cambia su triste imagen por recuerdos. Aquel eres tú, joven, pero no mucho. Y ese vuelves a ser tú, estás en la casa de tus padres, en Navidad, os estáis dando los regalos, ellos sonríen. Y otra vez tú, joven estudiante de universidad, con los libros encima de la mesa, comprobando los resultados. Otra vez tú, y esa persona de la que te enamoraste en la adolescencia, compartíais besos, caricias. El tiovivo cada vez da más y más vueltas, retrocediendo a tu pasado. Las imágenes se superponen unas a otras, te recuerdan momentos en los que vivías. Después de un tiempo la atracción se para, lentamente, en retroceso y te vuelves a encontrar en el presente. El parque continúa igual, nada parece diferente, pero lo es. Algo ha cambiado en ese diminuto y escaso segundo que has recordado. Las imágenes que has visto te han llevado a momentos que desearías haber alargado hasta el infinito, momentos en los que eras feliz. En el instante en que comprendes que es lo que falta en esa casa de paredes blancas, en ese armario de trajes grises, en el ascensor vacío, te despiertas de verdad. Estás en tu cama, en tu habitación similar a la del sueño pero con estanterías llenas de recuerdos y libros. Abres el armario y los vestidos que ves en él no son grises, tienen color, personalidad. La cocina rebosa vida, el plato y la taza en la mesa, los cubiertos en su cajón. Recorres toda la casa emocionado. Sin pensar a penas te vistes y sales corriendo al rellano. Te metes en el ascensor y encuentras frente a ti a una persona que te mira y sonríe con emoción. Eres tú. Es quien estabas buscando, tu verdadero ser. Y ahora en la calle sabes donde mirar para encontrar esos pequeños rincones de felicidad.

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