Es más fácil expresar los sentimientos y pensamientos en un folio que lanzarlos al aire.

Cielo Mojado


Debajo del agua todo estaba bañado de una luz azulada. La garganta no le dolía, ya no sentía como si los pulmones le fueran a explotar. Tentativamente tomo una bocanada de agua. No de agua no. Eso no podía ser agua, ella estaba respirando, ella estaba respirando en el fondo del mar. Cerró los ojos y volvió a respirar, era tan real. ¿Estaría soñando? Ella había saltado de un barco en medio del Océano Pacífico, no podía estar viva. Y sin embargo todo lo que sentía le decía lo contrario. Aún asombrada probó a nadar. Lo que también se sentía real, muy real. Notaba el agua correr entre sus dedos, la corriente dar vueltas alrededor de sus piernas mientras ella pataleaba. Lo único que la desconcertaba era el sonido. Allí no había nada. Simplemente silencio. Con los ojos cerrados ella podía decir que estaba inmersa en la oscuridad absoluta, pero el mundo azul que había a su alrededor no era para nada oscuro. Había paz. ¿Era posible que estuviera en el cielo? Eso tenía más sentido. Había oído que la muerte en aguas frías era dolorosa solo al principio, que después todo se calmaba y morías sin darte cuenta. Seguramente era eso, ella se había ahogado en el océano y esto era el cielo. Al menos este lugar era más bonito que lo que había dejado atrás. Por primera vez se sentía libre, ligera, sin preocupaciones. Estaba flotando, dejándose llevar, y tenía toda la eternidad para hacerlo. Toda una eternidad para ella sola, sin más preocupaciones, sin odiosas tareas, sin nadie que le ordenara, que tuviera el control sobre ella. Una sonrisa de pura felicidad se extendió sobre su rostro, la primera en mucho tiempo. Pataleando y moviendo los brazos durante varios minutos su dicha fue absoluta, plena, incluso se permitió reír, inundando de sonido aquel lugar celestial. Sentía su voz cantarina, como pequeñas campanitas. Nunca antes se había oído reír y le gustaba la sensación. Riendo y girando, riendo y girando. Tan entretenida estaba que no notó como otra risa se unía a la suya. Una risa más cantarina, más suave y a la vez más profunda. Le sorprendió escuchar otro sonido en ese mar silencioso. Otro sonido, pero nadie con quien identificarlo. Cuando dejó de reír el eco se mantuvo unos segundos, bajando el tono hasta desaparecer y con él la nueva risa. Pero aunque buscase no encontró a nadie que pudiera haber reído con ella. Estaba sola. Sin embargo esa risa no podía ser de ella, o a lo mejor sí. Aquel lugar era extraño, todo podía ser. Pero tenía que estar segura.
Cuanto más tiempo pasaba buscando, más segura estaba que no había nadie con ella. El mar, como ella lo veía, estaba en silencio, nada había vuelto a sonar. Cansada de buscar nada, se sentó en una roca del fondo, junto a una estrella de mar, y dejó salir un bufido.
-          Tengo que dejar de asustarme así. Aquí no hay nada.
-          Nada.
La respuesta llego como un tiro rompiendo el silencio. Esta vez no eran imaginaciones ni ecos. Esa palabra había sido pronunciada por alguien.
Dudosa volvió a hablar.
-          Hola.
-          Hola.
Esta vez la palabra vino acompañada por una risita, la misma de antes.
-          ¿Quién eres?
Más risitas, sin contestación esta vez.
-          ¿Eres real? ¿O solo una imaginación?
-          Real.
Esto era raro. No estaba sola, allí había alguien más. Lo intentó otra vez, pero no logró encontrar de donde venía la voz. Parecía estar en todas partes, y sin embargo no era visible. ¿Sería Dios? No era posible, Dios no debería tener esa voz, y sin embargo no podía ser de nadie más. ¿Qué otra cosa podía oírse así y sin embargo no verse?
-          ¿Eres Dios?
Pregunta tonta. No podía mejorarla ni en un millón de años. Y sin embargo no hubo respuesta de nuevo.
-          ¿Eres real?
De vuelta al principio, pero con respuestas.
-          Real, si.
-          ¿Puedo verte?
-          Si.
¿Si? ¿Si, pero donde? Allí no había nada, nada que no había estado antes. Era como el fondo marino de un precioso y exótico acuario. Había algas verdes y azules, corales rojos, que bajo la luz se veían violetas, conchas semienterradas, alguna estrella de mar. No había peces, como si sólo hubiera decoración. Y agua, podía ver como se arremolinaba frente a ella, reflejando la luz. Pero ningún rastro de personas. Porqué quien hablaba era una persona,  ¿no? ¿Qué otra cosa podía ser? No era Dios, eso la había descartado. ¿Qué más podía ser? ¿Un alma? ¿Un ángel?  Cualquiera de las dos opciones era válida. Si estaba muerta, bien podía ser ella un alma también. Y los ángeles se suponían que estaban para ayudar a las almas.
-¿Eres un ángel?
-No.
-¿Eres como yo?
-No.
-¿Qué eres?
-Yo.
Esa conversación era frustrante. No podía ser que estuviera hablando con algo invisible. Con algo que solo era “yo”.
-Por favor, ¿puedo verte?
-Ya lo haces.
-¿Dónde estás?
-Aquí.
La voz esta vez provenía de enfrente de ella. De dentro del remolino de agua. Las ondulaciones se sucedían formando un patrón de burbujas. El remolino era cada vez más evidente, pero nada más que un remolino. Con curiosidad levantó la mano para tocarlo.
-Jijijiji. Cosquillas.
-¿Cosquillas?
-Cosquillas.
De repente, entre las burbujas del remolino vio un rostro. El rostro más bello que jamás había visto, tenía los ojos grandes y redondos, los labios carnosos y la nariz fina y delicada, pero lo más sorprendente era el halo de cabello que lo rodeaba confundiéndose con las burbujas de agua.
-Arriba.
Mirando hacía donde el hermoso rostro decía percibió una sombra, al mismo tiempo que sentía como unos brazos titaban de ella.
-Arriba.
Repitió la voz cantarina.
-Arriba.
Dijo esta vez una voz mucho más grave y ronca.
-¿Arriba?
La garganta le dolía como si llevara dentro millones de espinas. Intentó toser para eliminar la sensación, pero solo empeoro las cosas. Dolía. La luz del sol, que alumbraba desde el cielo, le hacía daño en los ojos. Demasiado brillante.
-Está viva. Vamos saquémosla del agua.
Dijo aquella ronca voz. ¿Viva? ¿Estaba viva? Debía estarlo ya que podía sentir como alguien tiraba de ella hacía atrás, arrastrándola por la arena. Viva. No, no, no. Ella no debería estar viva: Ella quería volver a aquel mar de tranquilidad.
-Ha tenido mucha suerte.
-No entiendo como ha sobrevivido tanto ahí dentro. Esa agua está helada.
-Ya, bueno. Un milagro.
¿Milagro? Catástrofe más bien. Ella quería su mar en calma. A su remolino con el bello rostro, tan bello que sería capaz de competir contra la más absoluta belleza divina. Quizás después de todo sí que había sido un ángel quien le había hablado. Un ángel mojado.

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