Es más fácil expresar los sentimientos y pensamientos en un folio que lanzarlos al aire.

Love Never Dies

La sombra de la música le había perseguido por siempre. En todos sus sueños, en todas sus fantasías, siempre estaba él. El Ángel de la música. Las notas que él le había enseñado en el pasado continuaban en su mente, sonando tan claras como en aquel momento. Su vida había cambiado mucho, el tiempo le había recompensado por todas las penurias de su infancia, sin embargo nada podría superar sus tiempos en la Opera. ¿Los echaba de menos? Se podría decir que si, mas bien le echaba de menos a él. Su música, su voz. A veces creía ver una sombra, alguien oculto, que la observaba, pero cuando se giraba nunca había nada. En sus sueños oía su voz, como cuando era pequeña y él le susurraba al oído. No. Ella nunca lo olvidaría. No podría. Él era su ángel, su ángel de la música.


                                                         ... ... ...


La lluvia arrastraba el hielo de las tumbas. En el cementerio había un profundo silencio. Hasta el golpeteo de la lluvia era amortiguado. Delante de una ornamentada tumba había una oscura figura, cuya negra capa contrastaba con el blanco mármol de la tumba. 
-Incluso en la muerte somos opuestos. Sigues siendo mi luz estrellada, amor. 
Frente a la figura había un ramo de oscuras rosas rojas, un punto de color entre la imagen monocromática. La enguantada mano del individuo separó una de las flores, rodeándola con trémulos dedos.
- Mi último tributo, Christine. 
Con cuidado depositó la rosa contra la lápida. Una lágrima manchando su triste rostro, una muestra de sus escondidos sentimientos por la soprano. 
- No importa donde esté, donde estés, siempre seré tu ángel de la música. Espérame.
Con estas últimas palabras Erik, un hombre atormentado por la crueldad que había tenido que soportar, se despidió de esa delicada flor. Christine Daae. 

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