Es más fácil expresar los sentimientos y pensamientos en un folio que lanzarlos al aire.

Buenos días/Malos días

Quiero dedicar esta entrada a mi compi de periodismo, quien además es la más reciente seguidora del blog, porque creo que es ese tipo de persona que cuando te la cruzas en la calle hace que tu día esté un poquito más soleado. Dedicado a ti, Teresa, la mujer del café (esto se entiende al leer el relato :D).

Las mañanas lluviosas no invitan a levantarse de la cama. En lugar de salir a la calle lo que te gustaría hacer es quedarte bien acurrucada envuelta de las sábanas que por la noche comparten tus sueños. Sin embrago, una siempre acaba haciendo lo correcto, se destapa y recorre la casa, helada por las bajas temperaturas de las mañanas. Desayuna una taza de caliente café, intentando, en vano, despejarse y estar bien despierta para poder vestirse con decencia. Una vez más, después de la rutina matutina, bajas en el ascensor, parándote, por supuesto, en todos los pisos posibles. Y lo mejor de todo es que al salir del portal empieza a llover. Si has sido previsora sacarás el paraguas del bolso, si no, te toca decidir que hacer. ¿Vuelves a subir y muy posiblemente pierdas el tren o te arriesgas y cruzas las calles intentando no mojarte mucho? Para tomar esta decisión miras tus ropas y acabas por decidirte a subir. No quieres que ese jersey tan mono que justo estrenas hoy se estropee. Una vez más entras en el ascensor, subes, coges el paraguas, bajas y esta vez sí, sales a la calle. Recorres las húmedas aceras poniendo cuidado en donde pisas y como. Los tacones de las botas hacen el recorrido más difícil, pero ahora no vas a volver a cambiarte. De vez en cuando miras tu reloj por miedo a que las manecillas aceleren y tu no llegues a tiempo de coger el tren. Miras la hora, han pasado diez minutos, el tren está a punto de salir. Aprietas bien el bolso y hechas a correr. La gente te mira cuando pasas a su lado, salpicando sin querer a muchos de ellos, con prisas por llegar. De lejos ves la estación y corres más rápido. Pasas el billete por la maquina y, aún plegando el paraguas mojado, subes al tren a la vez que sus puertas se cierran a tu espalda. Suspira de alivio por verte sana y salva en el interior del vagón. Hechas a andar buscando tu asiento de todos los días, ese que es solo tuyo y que forma parte de tu rutina. Pero cuando lo localizas ves que ya hay alguien ahí sentado. Las dos chicas no aparentan más de quince años y están vestidas fuera de lugar. Los minivestidos que llevan a penas les cubren algo y ambas se apoyan en la otra buscando calor. Tienen los ojos rojos, vete tu a saber de que. Y desprenden un desagradable olor a cigarrillo y alcohol. No, no es cigarrillo, sino algo mucho más dulce, peor. Molesta por no poder sentarte donde quieres te alejas de las dos chicas que ni siquiera se han percatado de tu presencia. ¿Se darán cuenta de cuando el tren pare en su parada?, te preguntas mientras te dejas caer en un asiento junto a la ventana, mucho menos cómodo y familiar que el tuyo. Sin pensarlo sacas el móvil, un smartphone de última generación, y empiezas a repasar la agenda. Al poco te aburres y visitas Twitter, que acabas dejando porque a penas hay cobertura. Rendida te recuestas en el asiento y estiras las piernas. Piensas en que mala idea a sido ponerte esos zapatos y en como el día ha empezado torcido. Suspiras y rezas para que mejore, pero claro, basta con que lo hagas para que suceda algo que solo empeore las cosas. De repente la bombillita de tu parada se apaga, al mismo tiempo que suena la voz de una señora por los altavoces anunciando que es imposible detenerse en tu parado por razones técnicas, de forma que te toca bajarte antes o después. Claramente, antes. No vas a recorrer metros que después tendrás que recuperar. De nuevo te pones de pie y bajas del tren. Ya no llueve, menos mal. Sales de la estación y preguntas por tu lugar de trabajo. Una chica joven te sonríe y comenta que está un poco lejos, pero con amabilidad te indica el camino. Tu sonríes y empiezas a andar. Subes por calles muy empinadas que además resbalan por estar mojadas. Juras bajo el poco aliento que te queda y media hora después llegas a la plaza donde está tu edificio. Confiada por la cercanía del mismo aumentas el ritmo y acabas en el suelo. Tu bolso y paraguas a dos metros de ti, tus rodillas dobladas, tu culo apoyado en el suelo mojado, tu mano en un charco. Que caída más tonta. Al menos no me he hecho daño, piensas a pesar del sordo dolorcito de tu parte de atrás. Intentas levantarte y presientes otra caída al ver como tus tacones se resbalan. Al final, aun a riesgo de caerte, te agachas y recoges el bolso y el paraguas. Empiezas a andar, mirando que no se te haya caído nada del bolso, y notas un chorro de agua cayendo sobre ti. Levantas la vista y ves que no es un cubo de agua que alguien te ha tirado sino que está lloviendo otra vez. Juras de nuevo, esta vez en voz alta y te apresuras a abrir el paraguas, el cual está atascado y no se abre hasta que estas bajo cubierto en el edificio. Cerrando el maldito trasto te diriges, dejando un reguero de agua, a tu despacho donde al abrir la puerta ves a tu jefe. Tenemos una reunión, dice y luego de mirarte bien añade, por favor arréglate un poquito. No tas como el agua de tus ropas empieza a evaporarse de la indignación que tienes. Claramente el día no podía ir peor. Dejas el bolso, el paraguas, la chaqueta. Te quitas los zapatos, los limpias. Vas al baño, te quitas el jersey mojado, lo pones bajo el secador, lo estiras poco a poco con los dedos para que no se encoja. Te lo pones. Te recoges el pelo húmedo en un moño, que bien mirado no te queda mal. Retocas tu maquillaje. Y te diriges a la reunión. Cuando entras todos te miran, has tardado más de lo que pensabas. Avergonzada por la mirada de tu jefe te sientas en tu silla, la cual chirría desagradablemente. La reunión pasa, te aburres, quieres que el día acabe ya. Tu jefe te ha llamado la atención por la tardanza, te ha encargado que acabes no sabes que papeles. La cabeza te duele, vas a llorar. Al final el reloj llega al número seis y tu sales disparada por la puerta.  

Ya no llueve, es lo primero que notas, el sol está casi escondido, pero aun puedes notar los restos de sus rayos. Decidida tiras el paraguas roto a la basura y recorres el camino a la estación. Casi en tu ella te cruzas con un hombre con un café en la mano. Por su aspecto deduces que acaba de salir de casa y va hacía el trabajo. Miras tu reloj, son las siete y media de la noche casi. Piensas como te alegras de entrar a trabajar por las mañanas, sin desajustes horarios. El hombre pasa por tu lado y sonríe. Y sin más, tu le sonríes a él. Mientras se aleja sientes una alegría inmensa, te sientes cargada de fuerzas, como si tu también acabaras de empezar el día. En silencio le agradeces a ese hombre que sin saberlo te ha iluminado el día que tan gris había empezado esa mañana. Cuando llegas al andén ves como unos hombres con mono retiran los restos de un árbol caído de las vías. Oyes el pitido del tren. Llega puntual, que bien, hoy estarás en casa antes de lo normal. Subes al vagón número tres, el de siempre, y te sientas en tu asiento de siempre. Huele bien, a colonia dulce y floral. Te gusta. Cansada te dejas reposar en el asiento, aún queda una hora hasta llegar a tu estación. Sacas los papeles que tienes que corregir. Los lees, los repasas, los corriges y los guardas. Miras el reloj y te sorprendes. Solo ha pasado una hora. El resto del trayecto lo pasas sin hacer nada, mirando por la ventana como los pájaros surcan el cielo de color añil y los campos pasan a toda velocidad. Hay una sensación de paz en el ambiente que se extiende por tu cuerpo. Es extraño y agradable a la vez. Llegas a la estación y bajas, estás a punto de caerte cuando unos brazos te agarran. El hombre que siempre ves en el tren, ese tan mono que hace suspirar a medio vagón te está sujetando la cintura para que no te caigas. Te sonrojas y das las gracias, algo avergonzada. Él sonríe y se presenta. Su nombre, Ettiene, te encanta. Tras un apretón de manos os alejáis. Te abrochas mejor tu abrigo y sales a las calles de tu barrio. Es casi de noche, la gente ya está recogiéndose en su casa, pero la sensación es agradable. Está por llegar la noche, una nueva etapa del día. Sin prisas esta vez, recorres el camino a casa. Te cruzas con varios vecinos y los saludas. Ves a una pareja de jóvenes cogidos de la mano, y poco después a una pareja de viejecitos. No sabes que estampa es más bonita. Cruzas el parque y hueles la hierva mojada. Mientras abres la puerta de tu casa oyes como el ascensor se mueve y se detiene en tu piso, de él sale una chica, con uniforme y ojeras. La miras sin saber bien porque hasta que pasa por tu lado, es una de las chicas del tren de esta mañana. Sin el vestido ceñido y el maquillaje negro parece aún más joven, sin embargo el olor dulzón de esta mañana aún le acompaña. La chica se para en la puerta de al lado intentando abrirla, pero al parecer sin fuerzas para ello. Te acercas y le ayudas. Ella te sonríe y te da las gracias. Te cuenta que está reventada y que anoche salió de fiesta. Te comenta que una de sus amigas se puso enferma por la mañana y tubo que acompañarla al hospital y que ahora que ya está bien, que el susto ha pasado, ha decidido no volver a hacer el bestia como anoche. Tu le escuchas paciente y acabas por apretarle el hombro en un gesto de cariño. Recuerdas que a su edad tu pensabas igual. Os despedís y entras en casa. Enciendes la luz, dejas el bolso en la mesa, te quitas el abrigo y los zapatos. Pones las llaves en la cerradura. Cuelgas el bolso, vacías sus bolsillos en busca del móvil. Te agachas y recoges una nota de papel, la desdoblas y la lees. Sonríes aún más. <Espero verte mañana. Podríamos sentarnos juntos en ese sitio que tan solo es tuyo. Etienne.> Debe haber dejado la nota cuando te ha ayudado a no caerte. Ese hombre ha estado observándote un tiempo, ¿cómo sino sabría lo de tu asiento? Estás muy feliz y acabas de desvestirte y cenar, aún con una sonrisa en la cara. Cuando te acuestas después de haber leído otra vez la nota piensas en como a cambiado el día. Te das cuenta de que las cosas buenas te han ocurrido a partir de ver a ese hombre, el del café. Le vuelves a agradecer en silencio por ello y cierras los ojos, mañana te espera otro nuevo día. 


1 comentario:

  1. ¡Jo, Ana! Se me ha puesto la piel de gallina al releer la dedicatoria otra vez después del texto, gracias, qué bonito detalle y qué sensibilidad tienes para escribir... Impaciente a la espera de tu próximo relato, escribe pronto que nos enriquece a todos :D

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