Es más fácil expresar los sentimientos y pensamientos en un folio que lanzarlos al aire.

Paseando por una plaza

Un día más. Una hora más. Un lugar más. Un chico más. Una chica más.
Todo es relativo en la vida.

00:00 p.m.
El metro iba lleno. No cabía ni un alfiler. Con resignación se echó hacía atrás para permitir que las puertas se cerraran. Siempre que uno tiene prisa el mundo se pone en su contra. Y ahora tenía prisa, mucha. Prisa por huir de aquel lugar, de aquella plaza y sus escaleras. En un gesto nervioso que tenía desde pequeño se pasó la mano por la cara. Aun olía a lirios. ¿Así sería como ella olía? ¿A lirios? Una sonrisa se extendió por su cara. Podía imaginarse eso, ella oliendo a flores. Nada de horribles y recargados perfumes. Solo lirios. Enfrente suyo el metro arrancó, provocando un estridente pitido. Con su lentitud característica el vagón comenzó a moverse. Su oportunidad alejándose. Como muchas otras, esta también la había dejado marchar. De repente la duda lo asaltó. ¿Había dejado escapar otra oportunidad en las escaleras? 

00:19 a.m.
La caída no fue demasiada. Apenas sus pies habían dejado el suelo cuando unos brazos la rodearon. El perfecto recogido que llevaba aguantando desde las 07:00 a.m. de repente se deshizo, dejando que la oscura mata de pelo se deslizara por su espalda.  Tenía la visión borrosa, por las lagrimas o por la falta de aire al contener el aliento, no estaba segura. Los brazos que habían impedido su caída la tenían sujeta, no la habían soltado. Aún vacilante levantó la vista para encontrarse con unos increíbles ojos verdes que la miraban fijamente. Ninguna palabra salió de la boca del desconocido ni tampoco de la de ella. 

00:20 a.m.
Fue como si los sonidos del mundo entero hubieran desaparecido. Apenas notó algo más que no fuera ella. Había llegado justo a tiempo de verla tropezar con el escalón. Por instinto extendió sus brazos para cogerla. En apenas un segundo su mundo se detuvo. Apenas se fijó en su largo pelo negro o en su delgada cintura que estaba entre sus manos. No. Lo único que pudo notar fue el dulce aroma de lirios que provenía de ella. Cuando los cálidos ojos marrones de ella se encontraron con los suyos, todos los sentimientos acumulados desde la tarde desaparecieron. Tan sumiso en los ojos de ella estaba que casi se pierde las palabras de disculpa que sus labios susurraron.

00:21 a.m.
Ella no dejó de mirarse en esos iris esmeralda mientras se disculpaba. Él no había dicho nada. Tampoco había apartado sus manos, que la sujetaban contra su cuerpo. Era alto. Mucho. Las luces de la plaza formaban un aro de luz alrededor de su cabeza, resaltando sus oscuros rizos que contrastaban con la claridad de sus ojos. Ella se había perdido en sus ojos. De repente un claxon resonó por toda la plaza, sacando de su ensimismamiento a la pareja. Cuando fue consciente de la intensidad con la que él la miraba, sus mejillas se colorearon de rojo. <Llevó esperándote mucho tiempo.> Las palabras parecidas a un reproche sonaron dulces en los labios de él. Unos labios que pronto estuvieron sobre los suyos, acallando su última disculpa: <Siento mucho la espera.> 

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